Fiestas
Cuenta una vieja leyenda que encontrándose de paso por el Castillo unos carreteros que portaban una imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno con destino a Alcalá la Real, y habiendo descansado y pasado la noche entre los castilleros, decidieron a la mañana siguiente ponerse en marcha para continuar su viaje. Tal era el peso de la imagen del Nazareno que no consiguieron, pese a todos los esfuerzos, poner la carreta en marcha, lo que fue interpretado por los vecinos de la villa como una señal de que aquel Jesús Nazareno quería quedarse entre los castilleros. Fue erigida una ermita en el lugar y allí comenzó a ser venerada la imagen como propia de la villa. En la segunda mitad del siglo XIX, la feria que se celebraba el día 8 de septiembre en honor de la Natividad de Nuestra Señora, bajo la advocación de la Virgen de la Cabeza, pasó a realizarse bajo el patronazgo de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cuya preciada talla, atribuida a Martínez Montañés, es procesionada en los días de los festejos de septiembre, del 7 al 11.
El ciclo festivo tradicional de Castillo de Locubín está profundamente enraizado en sus costumbres agrícola-festivas, muchas de ellas caídas en el olvido. Aún así, pese a la modernidad y tecnificación de costumbres, quedan latentes en la memoria celebraciones como la de San Antón, cuando las muchachas casaderas hacían unos roscos de huevo sobrados de harina y parcos de azúcar, que decoraban con cintas de colores. Junto a la ermita del santo abad, cuyo arco del frontispicio se decoraba con candilejas de aceite, se bailaba y se cantaba.
Sigue el ciclo con la fiesta de la Candelaria, cuando se procesionaba a la Virgen del Rosario celebrando la presentación de María en el templo. Para esa fecha se encendían hogueras con los viejos capachos de las almazaras, se preparaban roscos de pan que, una vez bendecidos. eran comidos por toda la familia, y el párroco invitaba a sus feligreses con una gran torta de bizcocho que había acompañado al cortejo durante toda la procesión.
Muy curiosa es la antigua tradición de los marinabos, colgajos de trapos o de papeles que se colocaban en las espaldas de los viandantes el día de San Blas, con ánimo de chanza y al grito de ?marinabo, suelta el rabo, y que preludiaban las fiestas del Carnaval.
Durante la Semana Santa, concretamente el Jueves y Viernes Santo, tenían lugar las representaciones teatrales de la Pasión con los tradicionales pasos, alguno de los cuales aún perdura en otros lugares de la comarca como es el caso de Alcaudete. En la actualidad son muy llamativas las procesiones del Santo Entierro, del Cristo del Perdón y de la Virgen de los Dolores. El Viernes Santo la Virgen y Nuestro Padre Jesús salen de la ermita y de la iglesia respectivamente, y sus cortejos se unen en el Paseo en un instante cargado de emoción. Así mismo este encuentro se reproduce con un silencio sobrecogedor el Viernes por la noche entre la Virgen y el Santo Sepulcro
De origen agrícola, pero de implantación reciente, es la Feria de la Cereza, con la que Castillo de Locubín rinde homenaje a uno de los productos más afamados de sus huertas. Cada tercer fin de semana de junio, con el inicio de la cosecha, se convoca un concurso de recetas de postres, licores y platos especiales en las que el único requisito es que el preciado fruto rojo ocupe un lugar primordial. Los platos preparados se exponen al público en vitrinas instaladas en el Parque, que se abren tras la decisión del jurado para su libre degustación. Se puede degustar y comprar cerezas, licores de cereza y productos autóctonos castilleros. Todo esto amenizado con actuaciones musicales y culturales.Esta fiesta tiene cada año más aceptación siendo muchísimos los visitantes en estos días los que se acercan a degustar tanto las cerezas como los platos, postres o licores derivados de esta afamada fruta, a la vez que visitar Castillo y sus encantadores entornos.
Durante los días de Navidad era tradición que salieran los cofrades de la Hermandad de las Ánimas en procesión pidiendo por todas las casas. Todo lo que les era ofrecido por el vecindario lo depositaban en los serones de un borrico enjaezado con el que se hacían acompañar, siendo subastado todo lo recibido el día de Reyes a beneficio de la Hermandad.
El año acababa con las celuas, emparejamientos caprichosos debidos al azar que se hacían entre los mozos y mozas casaderos el día de San Silvestre, fecha en la que, también por sorteo, las parejas así formadas recibían entre chanzas y risas unos chascarrillos y bromas que recibían el nombre de dichos.
Los castilleros conservan como una joya de su folclore un fandango propio, caracterizado por un singular movimiento de caderas, gracioso y casi ingenuo, pero no desprovisto de una disimulada malicia picaresca.